Existe un sector de la población que
cree ha sido cercenado en sus libertades y sale a reclamar por un amplio
abanico de cuestiones que se expresaron en las redes sociales, primero, y en la
calle, después: contra la reforma constitucional “para evitar una monarquía”;
contra el cepo cambiario al no poder comprar dólares para ahorrar ni salir con
ellos al exterior; contra la inflación y los números del INDEC; contra la
ignorancia que da la falta de educación; contra el desempleo y la pobreza;
contra la inseguridad porque peligra la vida y la propiedad privada. Y lo hacen
caceroleando, cuando las cacerolas son el símbolo de la escasez y no es
precisamente lo que está sufriendo este sector de la población: hay un planteo
de clase, casi xenófobo, porque no conciben que todos en Argentina, intentemos
tener las mismas oportunidades, hacer las mismas cosas, ir a los mismos
lugares, conocer lo mismo, en fin, intentemos construir un país con espacio
para todos.
Hay que recalcar que la libertad de
salir a la calle, decir cualquier cosa y no sufrir ninguna consecuencia no
parece ser de una vida en dictadura. Y hay que señalar que la inflación y la
inseguridad son dos problemas señalados por la mayoría de la población como que
están al tope de las dificultades a superar. Lo que también hay que indicar es
que las soluciones tienen raigambre en la distribución de la riqueza, en la
desconcentración económica, en el desarrollo de políticas sociales con eje
vertebrador en el trabajo, la educación, la vivienda, la salud, la cultura y
los deportes, y eso implica recursos puestos al servicio del crecimiento
sostenido de la población históricamente postergada. Lo que quedan dudas es si
este sector que salió a reclamar está dispuesto a apoyar este tipo de
políticas, o pretende la represión y cárcel -que no piden para los genocidas
del V Cuerpo- para los estratos sociales más pobres. Porque así no pondrían un
Estado al servicio de los que menos tienen, menos pueden o menos saben, sino al
servicio de los beneficiados de siempre.
Algunos pretendemos políticas
activas que redunden en una mejor calidad de vida para las mayorías
empobrecidas, incluidas las de la memoria, verdad y justicia, y otros pretenden
la dictadura del capital de los estratos pudientes de la población. De donde
se pongan los Estados dependerá, en gran parte, el tipo de sociedad que supimos
conseguir.
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